Mensaje en una blogtella (I)

Tengo cierta tendencia a escribir en momentos de crisis emocional. Es algo que me viene de lejos, desde la infancia. Recuerdo que, cada vez que me castigaban en la escuela, me entraba un estado de pánico al tener que explicar en casa mi tropelía. Sabía de la severidad de la justicia paterna que generalmente me condenaba a un encierro en mi cuarto con la orden que debía meterme en la cama a dormir inmediatamente después de hacer los deberes. Esa situación de aislamiento familiar envuelto en oscuridad me horrorizaba, convirtiéndose en el ambiente propicio de no pocas pesadillas de aquella época. Con el tiempo solucioné esas crisis de verdadero terror echando mano de la imaginación. Me inventé un amigo. No un amigo cualquiera, no. Un amigo al que le escribía mensajes. Bueno, lo cierto es que al principio le hablaba –bajito para que no nos oyesen- pero como no me contestaba, pensé que lo mejor era contarle mis penas por carta. El inconveniente era que los amigos inventados no tienen domicilio conocido, por lo que llegué a acumular un buen número de notas que no sabía dónde enviar a pesar de tener destinatario. Esa situación estuvo a punto de dar al traste con mi fantasía y devolverme a mis angustias. Hasta que un día encontré la solución, metería los mensajes que escribiese en una botella y los lanzaría al mar, de esa manera siempre llegarían a su destino. Me di cuenta que esa tampoco era la solución, cuando las botellas que arrojaba al mar no pasaban de la primera ola y eran devueltas a la playa. La fuerza de un niño no era suficiente para superar aquella barrera, la primera ola. Ninguna de aquellas notas que empezaban con “A mi amigo desconocido” llegaría a su destino.
Crecí y, con ello, mi fuerza se hizo suficiente como para superar aquella primera ola. Las desazones cambiaron. Ya no era el temor a la incomunicación familiar lo que me preocupa, sino la soledad producida por el desconsuelo de los amores rotos. Continué echando mis botellas al mar. Veía como se perdían para encontrar el camino hasta el amigo desconocido, alguien de quién nunca obtuve respuesta. Los naufragios continuaron y, aunque ya no enviaba mensajes encerrados en una botella, acudía al lado del mar a llorarle mis sentimientos. Siempre al amanecer, tras haberme acostado en la arena y fornicar con ella toda la noche hasta llenarla de polvo de estrellas.
Ahora escribo en estas páginas y me he convertido en un naufrago en un mundo de naúfragos. Todos lanzamos nuestras botellas llenas de mensajes con la certeza de que siempre llegan a un destino aunque sigamos sin poner la dirección.
16 comentarios
Para Pléyades, no apta para menores -
Pléyades -
Para Pléyades, en busca de la identidad perdida -
Pléyades -
Para El Hada de los Sueños, rica en respuestas -
El Hada de los Sueños -
Para Sinphonia, haciendo surf -
Para Noa-, bendiciéndome -
Para Astryd, las palabras del silencio -
Para Helena, viendo la botella medio llena de mensajes -
Para Milis, predestinada -
Sinphonia -
Te leo (te leeré, ya he empezado a hacerlo) y espero también recibirte. Quisiera...: el deseo, la esperanza.
¿Eres también visitante o sólo "recibes"?
¡Hola, amigo al otro lado de la espuma de aquella ola!
Noa- -
Astryd -
Helena -
Brindemos por ello con nuestras botellas llenas de mensajes.
Milis -